Cualquier mensaje, ya sea un hecho, una idea, una posibilidad, una pregunta, un sentimiento o una emoción, es susceptible de ser comunicado por mediación de diferentes lenguajes, obteniendo un resultado comunicacional distinto en cada caso. Existen multitud de lenguajes (el lenguaje poético, el lenguaje narrativo, el lenguaje cinematográfico, el lenguaje musical, el lenguaje escénico, el lenguaje pictórico, el lenguaje fotográfico…). Todos ellos pueden ser capaces de expresar una misma idea o concepto aunque por distintos medios, algo que los hace perfectamente complementarios y, por ello, de necesaria existencia autónoma. A continuación se proponen una relación de algunas  características comunes a los distintos lenguajes y que serían de las propias de sus respectivos códigos, canales y contextos:

  • Unas reglas fundamentales: que permiten hacer un uso reconocible de cada lenguaje (por abiertas y permisivas que éstas sean).
  • Un acto creativo: es necesario crear para traducir lo que se pretende expresar según cada lenguaje. El desarrollo de un proceso creativo eficaz y relevante tiene sus bases en el dominio de unas técnicas, de manera que toda creación puede considerarse la consecuencia de un arduo trabajo basado en una formación previa[1], consideración que permite que lo verdaderamente creativo sea fácilmente distinguible de lo fantástico o lo ocurrente. Esta condición creativa es probablemente la que más peso tiene en el desarrollo progresivo de los diferentes lenguajes a través del tiempo y la que hace que, por ejemplo, la música del siglo XVII no se parezca a la que se compone actualmente.
  • Un resultado final: o producto propio que cada lenguaje ofrece al receptor. Así, el lenguaje literario da lugar al libro, al artículo o al blog. El lenguaje cinematográfico da lugar a la película. El lenguaje escénico da lugar a la función teatral. En cada caso, cada lenguaje ofrece uno o varios productos de comunicación que son diferentes al resto y aportan algo complementario al mensaje a transmitir, incluso aunque versen sobre un mismo tema. Esta característica hace a cada lenguaje de necesaria existencia autónoma.
  • Un entorno (o entornos) concreto: en el que cada lenguaje tiene su espacio propio y diferenciado. Cabe destacar que, casi siempre, cada lenguaje se verifica en un entorno físico característico: la sala de cine, el teatro o el salón de casa son los espacios propios en que los que se desarrollan habitualmente el lenguaje cinematográfico, el escénico o el literario respectivamente. Estos entornos se caracterizan por configurarse en base a una serie de propiedades que se adecúan especialmente a las particularidades propias de cada uno de los lenguajes mencionados.
  • Una singularidad aportada por una serie de recursos propios: lo que se transmite por mediación de un lenguaje no puede ser transmitido del mismo modo por otro lenguaje, pues eso haría innecesario uno de los dos. Podría decirse que cada lenguaje es linealmente independiente de los demás, empleando este concepto de álgebra propio de los vectores en el espacio (dependencia o independencia lineal) para subrayar la importancia de que los lenguajes no solapen sus recursos y no resulten redundantes unos respecto de otros, de modo que aporten un significado característico por una serie de medios propios y singulares. Podría decirse que cada lenguaje se caracterizará sobre todo porque todos o gran parte de sus recursos son completamente propios de modo que no se pueden conseguir por la combinación de otros medios de comunicación. Este hecho, que puede parecer obvio, resulta de importancia trascendental para identificar cada lenguaje como necesario y dotarlo de razón de existencia autónoma.

Es de sobras conocido que el efecto intelectual que causa un determinado libro tiene poco que ver con lo que transmite su versión cinematográfica: en efecto, se trata de experiencias comunicativas basadas en diferentes lenguajes y que se desarrollan sobre una misma temática de base. Idealmente, película y libro resultarán perfectamente complementarios sobre un tema en particular. De hecho, si la película no aportara nada distinto respecto del libro —o viceversa— estaríamos ante una redundancia que haría superfluo e innecesario uno de los dos productos comunicativos.

  • Una intención estética y emocional: todo lenguaje se desarrolla en el marco de un propósito de identificación con la belleza, que actúa como señal portadora del mensaje, pretendiendo con ello precisamente una mayor eficacia de las capacidades comunicativas del lenguaje en cuestión y poniendo de manifiesto que las emociones son una parte fundamental de todo tipo de experiencia intelectual en general o de aprendizaje en particular. Tanto el periodista que escribe un artículo, como el cineasta que pone a punto un film o el fotógrafo que elabora una instantánea, trabajan con una intención de base estética (entendido este propósito estético en el sentido más amplio posible), a fin de ofrecer una experiencia intelectual lo más profunda e indeleble posible. Probablemente este aspecto es uno de los que —tras la aplicación de los adecuados recursos técnicos— permite elevar los distintos lenguajes a la categoría de artes, y lo que hace que algunos de los lenguajes más habituales aparezcan en la famosa enumeración de las Siete Artes de Ricciotto Canudo.
  • Una capacidad narrativa: básica en cualquier código o sistema que se identifique como un lenguaje completo y autónomo. Los diferentes lenguajes se caracterizan –evidentemente— por contener la capacidad de contar historias, y probablemente es esa capacidad narrativa la que con mayor intensidad eleva un recurso comunicativo a la categoría de lenguaje. Una canción, una novela, un cuadro o una película tienen en su eficacia narrativa una gran parte de los activos comunicacionales que les caracterizan. De hecho es bastante habitual encontrar canciones, novelas, cuadros o películas de gran simplicidad técnica o estructural pero de una profunda calidad y capacidad comunicativa. En estos casos siempre subyace el intenso valor de un gran relato. 

 

En el cuadro anterior se representa un mismo mensaje procesado por diferentes lenguajes. Cada uno de ellos dará lugar a diversos productos comunicativos los cuales tendrán diferentes características que los harán necesarios y no redundantes. Una de estas características —especialmente relevante— tendrá que ver con el espacio propio de desarrollo de cada producto comunicativo (tanto los productos como los espacios propios de cada lenguaje pueden ser diversos, aunque en el cuadro se concreten sólo algunos).

Así, el lenguaje literario tiene unas ciertas reglas propias para ser usado, nace y se desarrolla en la mente creativa del escritor o literato que conoce y usa sus recursos propios, tiene como producto final el libro —o el blog, etc…— y se disfruta de él en distintos espacios físicos, tales como el sofá de casa o una parada de autobús. Por su parte, el lenguaje cinematográfico (lenguaje muy joven, pero desarrollado intensamente durante el siglo XX), se verifica a partir de unos recursos concretos, con el director al frente de un nutrido equipo que crea la narrativa cinematográfica, todo lo cual da lugar a un producto llamado película que se emite en una sala de cine (o en un aparato de TV doméstico, aunque eso no siempre se considere lo ideal para apreciar con plenitud lo que una buena película pretende[2]). Y un ejemplo más: el lenguaje escénico, que tiene algunas concomitancias con el lenguaje cinematográfico. En este caso el producto final se llama obra y se representa generalmente en un teatro. Evidentemente podríamos encontrar muchos otros lenguajes o sub-lenguajes, e incluso mestizajes entre diferentes lenguajes que darían lugar a formas de comunicación más complejas, pero de las que siempre podríamos desgranar un serie de lenguajes fundamentales de base.

Una característica muy destacable de los diferentes lenguajes es que, a pesar de la singularidad que les es imprescindible e inherente, pueden importar algunos recursos de otros lenguajes, y los pueden incorporar plenamente a su servicio, aunque siempre de modo auxiliar o puntual. Así por ejemplo, el lenguaje cinematográfico usa frecuentemente recursos propios del lenguaje musical, o incluso también recursos del lenguaje literario, cuando ciertas explicaciones acerca de la trama se ofrecen sobreimpresas en pantalla[3]. Esto constituye un gran activo y un importante recurso, aunque siempre es preciso que el lenguaje literario, en este caso, ostente un papel auxiliar o secundario.

En ciertas ocasiones sucede que este papel necesariamente subsidiario de ciertos lenguajes actuando como auxiliares de otros lenguajes nucleares, adquiere inadecuadamente un protagonismo excesivo. Una de estas situaciones —bastante anecdótica y en este caso deliberada y con un propósito de provocación artística— la protagonizó el artista murciano Isidoro Valcárcel Molina, cuando en 1972 anunció que había llevado al cine la novela La Celosía de Robbe Grillet. La película en cuestión —que en su momento suscitó bastante expectación entre algunos colectivos de cinéfilos— resultó estar basada en una filmación progresiva de las diferentes páginas del libro de Grillet, lo cual parece ser que no agradó demasiado a muchos de quienes asistieron a su pase en la filmoteca de Madrid. El lenguaje cinematográfico había sido así forzado (insistiendo, en este caso deliberadamente y por motivos artísticos) empleando un producto comunicativo en realidad literario que del cine sólo tomaba sus formatos externos, pero en absoluto las singulares particularidades de sus activos y recursos comunicacionales propios[4].

De un modo análogo, un lenguaje empleado con criterios de calidad y excelencia tendría que aportar algo realmente singular o alternativo a lo que puedan aportar otros lenguajes sobre el tema de que se trate, y suponer una forma distinta —y por consiguiente necesaria— de aproximarse al conocimiento o al estímulo o a la inspiración por el conocimiento. Parece claro que una buena selección de uno u otro medio a la hora de comunicar tiene una gran importancia, pues, aunque el concepto a transmitir sea el mismo, el lenguaje empleado determinará muchos aspectos tanto de la comunicación de contenidos como de su eficacia, haciendo más o menos idóneo cada lenguaje para cada cosa a expresar, o, cuando menos, diferenciando claramente los resultados comunicativos en uno y otro caso.

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[1] Es realmente complicado hacer una aportación creativa significativa y relevante al mundo de la música para violoncello —en el sentido que sea— sin dominar las técnicas propias del violoncello.

[2] A menudo se cuestiona el cine emitido a través de la pequeña pantalla —ya sea en una grabación o en un canal de TV— pues se alega que ese no es el formato físico ideal y propio del lenguaje cinematográfico. No obstante, vale la pena tener en cuenta que cuando una película se emite por televisión —en un ámbito familiar por ejemplo— se abre la posibilidad a conversar sobre ella en tiempo real (en la sala de cine eso es algo mucho más complicado de hacer), abriendo el camino a una experiencia comunicativa socialmente enriquecida y enriquecedora que además se parece a la experiencia museográfica en algunos sentidos.

[3] Podría recordarse el famoso intro escrito que se aleja en el espacio y que permite situarse al espectador al inicio de las entregas de Star Wars.

[4] Podríamos imaginar un efecto similar si el célebre intro escrito que aparece al principio de las entregas de Star Wars se dilatara en sus explicaciones escritas durante media hora…