Por diferentes motivos no siempre se consigue identificar con claridad cuáles son los activos educativos endémicos de la exposición como producto del lenguaje museográfico. Esto reduce las posibilidades y el potencial del lenguaje museográfico y se corre el peligro de perder la ocasión de aportar toda la singularidad que sería posible, dedicando muchos recursos del museo a actividades que pueden ser muy interesantes, pero que paradójicamente no son de base museográfica, que en sentido estricto no precisarían del espacio del museo para desarrollarse y que podrían programarse por parte de otros estamentos que no son museos –en muchas ocasiones seguramente de forma mucho más oportuna y barata— poniendo así a la institución en grave riesgo de prescindibilidad social[1]. Los museos de ciencia contemporáneos pueden verse expuestos de este modo a perder el sendero del lenguaje museográfico que debería ser su referencia prioritaria, para dedicarse a la explotación de todo tipo de actividades divulgativas, sean museísticas o no, en el marco de un cierto desorden en la gestión estratégica que en ocasiones se confunde con eclecticismo[2].

Podrían apuntarse una serie de prácticas habituales que ilustrarían este paradójico enfoque no museográfico en el museo, dinámica que por otra parte parece ir en aumento en los últimos tiempos:

Los proyectos educativos en el museo que son exentos al mismo tanto física como experiencialmente: es habitual en algunos museos de ciencia diseñar actividades educativas basadas en la mediación humana para diversos estratos de público que pueden ser del máximo interés, pero que, por contra, tienen poco que ver con los recursos propios del lenguaje museográfico y, en general, poco o nada que ver con la experiencia museística. Este tipo de actividades con frecuencia se realizan en aulas ad hoc ubicadas dentro de las instalaciones del museo y, aunque tengan relación con las temáticas del mismo, no se verifican en el contexto de la exposición misma, tomando habitualmente los formatos de la pedagogía escolar más tradicional. En el exterior de esas aulas, las exposiciones con todo su potencial permanecen sorprendentemente aisladas de estas iniciativas, como grandes convidadas de piedra, aunque se visiten antes o después[3].

En otras ocasiones estas iniciativas sí que tienen su marco físico en el museo o en la exposición, pero están articuladas de forma exenta a la experiencia museográfica. Este tipo de productos educativos de base no museográfica suelen tener relación con los modos y maneras propios de la escuela más tradicionalista, algo que por motivos obvios no parece lo más adecuado en el ámbito del museo; incluso se podría llegar a hablar de una cierta escolarización de la experiencia museográfica como un efecto seguramente cuestionable en el ámbito del museo[4]. Algo parecido podría decirse de algunos materiales didácticos que se ofrecen como forma de trabajar los contenidos del museo o exposición y que, a pesar de su adecuación a las necesidades escolares, frecuentemente están enfocados de un modo que mantienen una relación prácticamente nula con la experiencia museográfica[5].

Otros tipos de iniciativas educativas de este estilo no tienen tanto que ver con ese concepto de la escolarización, sino más bien con una aproximación a los modos y maneras  del mundo de las entidades de tiempo libre. En estos casos se utiliza un estilo de gestión y de relación con los visitantes que resulta más propio de una actividad del sector del esparcimiento juvenil. Si en el caso anterior los educadores del museo adoptaban comportamientos y actitudes «propias» de los maestros, en este caso las adoptan de los mediadores o monitores de una entidad de tiempo libre[6].

Esta dinámica seguramente tenga que ver con el hecho de que la intención educativa de los museos se admitió a posteriori de su existencia y de forma relativamente reciente, tal y como ya se comentó con ocasión de la revisión de las sucesivas definiciones de museo por parte del ICOM. Por lo tanto, cuando los museos asumen explícitamente que deben ostentar una función social educativa, se crean en los museos departamentos a tal efecto que se incorporan no siempre integrándose a la actividad museística, la cual —es preciso no olvidar—ya es intrínsecamente una actividad de intención formativa per se. Probablemente esta nueva función educativa entró en los museos como un elemento superpuesto a la exhibición de la colección, y no tanto como un propósito plenamente integrado en los recursos comunicativos propios del museo. En estos casos, la intención educativa del museo aflora pues como un elemento adherido a pero no integrado en el lenguaje museográfico. En sentido estricto el concepto de departamento educativo no debería existir en el museo de ciencia transformador, en tanto en cuanto este tipo de museo es un ente propia y enteramente educativo en sí mismo, en el sentido más amplio y en su totalidad[7].

La visita guiada/comentada: una buena visita guiada por un explainer, educador o mediador adecuadamente formado es una experiencia sin duda excelente y que supone un complemento ideal a la experiencia museográfica; una vivencia que realza con fuerza el relato propio de la exposición. La visita guiada actúa aprovechando los amplios recursos del lenguaje oral para hacer más explícitos los mensajes de la exposición, permitiendo trasladar más contenido, tanto cognitivo como emocional. Así, el amplio contenido de la visita guiada tiene sobre todo el efecto de detallar mejor el relato propio de los diferentes elementos de la exposición, algo que en el caso de ciertas piezas auténticas —por ejemplo— sublima con intensidad la relación de los visitantes con las mismas, potenciando así el efecto de la experiencia museística. En lo tocante a los aspectos afectivos, y en particular cuando la persona que ofrece la visita guiada es un apasionado de la temática o un profesional con especial entusiasmo, la visita guiada se convierte en una experiencia singular con vida propia que tiene un desarrollo autónomo al margen de la experiencia museográfica, y que pone una vez más de manifiesto la naturaleza y expectativa sobre todo emocional y afectiva de la visita a un museo[8].

Tanto es así que en ocasiones se llega a considerar que es fundamental participar en una visita guiada a la hora de disfrutar plenamente de una exposición o museo, y tanto es así también que algunas exposiciones se crean ya partiendo de la idea de que el programa de visitas guiadas permitirá un plena comprensión de la exposición, renunciando de este modo de antemano a resolver plenamente los retos comunicativos de la exposición mediante los recursos propios del lenguaje museográfico, como sería lógico y deseable[9]. Por eso es preciso no olvidar que, aun con todos sus activos, estupendamente integrada en la experiencia museográfica, suponiendo un plus de potenciación de la narrativa y permitiendo explicitar ciertos activos cognitivos y emocionales, la visita guiada emana de otro tipo de lenguaje y, aunque tiene reservado un gran papel complementario, no debería resultar imprescindible en el ámbito de una exposición.

Algunas ediciones de películas en DVD para uso doméstico ofrecen a menudo la posibilidad de acceder a una opción llamada comentarios del director. Una vez que se ha visto la película, puede resultar muy interesante seleccionar dicha opción. Se reproduce entonces nuevamente la película en cuestión aunque esta vez la voz en off del director en persona aparece superpuesta al audio normal del film con el fin de ir comentando durante el metraje diversos aspectos y anécdotas del rodaje para disfrute del cinéfilo. Escuchar de fondo los comentarios del director es sin duda una experiencia fascinante y supone un estupendo complemento que permite un mayor nivel de profundización y contacto cognitivo y emocional con el film. No obstante es evidente que la película, como producto natural del lenguaje cinematográfico, deberá funcionar plenamente por sus propios medios y recursos, y deberá ser un producto comunicativo completo que cumpla los objetivos y retos comunicacionales planteados, independientemente de que se quieran o no escuchar los comentarios de fondo del director.

En los museos de ciencia contemporáneos la visita guiada tiene un campo más limitado que en otro tipo de museos, probablemente debido a que los elementos museográficos están pensados para proponer a los visitantes una participación y un acercamiento muy directo al producto museográfico, y también porque en la visita a este tipo de museos las connotaciones sociales en el seno del grupo visitante ostentan gran protagonismo. Tampoco tienen en general una gran aceptación en este tipo de museos ni las audioguías electrónicas individuales, tablets con información adicional, códigos QR u otros sistemas de suplemento de la información desde un punto de vista cognitivo. Estos recursos pueden producir una cierta individualización de la visita, debido a que su estructuración y forma de uso pueden tener poco en cuenta la dimensión social y emocional, ambos aspectos clave de la visita a un museo en general y de ciencia en particular. Probablemente el limitado recorrido de estos sistemas de suplemento cognitivo a la visita en los museos de ciencia pueda entenderse como una manifestación de que la dimensión social y emocional —fundamental en toda experiencia museística— disfruta en los museos de ciencia contemporáneos de una especial prioridad si cabe.

Otras actividades de dinamización de la exposición: del mismo modo que la visita guiada —que por su importancia ostenta una autonomía mayor en este capítulo— existen otras actividades de dinamización de la exposición que no son de base museográfica, pero que se asocian a la misma y pueden acabar gozando de un gran protagonismo y absorbiendo gran parte de los recursos del museo.

El propio uso del concepto de dinamización ya sugiere que acaso la exposición no dispone de suficiente dinamismo per se, algo que añade un preocupante factor de imprescindibilidad a un servicio auxiliar que no debería serlo si una exposición tiene suficientemente desarrolladas sus cualidades y capacidades museísticas. En algunos casos se acepta con una sorprendente naturalidad y resignación por parte de estamentos directivos, que el museo o la exposición sólo será visitado dos o tres veces como máximo por los visitantes hasta ser considerado como visto por todo el mundo, cosa que recomienda explorar formas de fomentar nuevas repeticiones de la visita. Lo sorprendente es que ello se intenta conseguir con frecuencia mediante la programación de actividades auxiliares que a menudo están relacionadas sólo tangencialmente con la experiencia museográfica, de forma que el museo o la exposición dedican gran cantidad de recursos —paradójicamente— a conseguir repercusión mediante el empleo de un producto de base no museográfica. El hecho de dedicar tantos recursos a este tipo de iniciativas de dinamización —a veces orientadas más a sustituir que a complementar la experiencia museográfica— sugiere que acaso algunos proyectos museísticos resulten en ocasiones demasiado caros y a la vez poco efectivos museísticamente hablando, como para funcionar por sí mismos durante un tiempo y con un volumen de resultados que justifiquen la inversión realizada.

Una de las actividades que más frecuentemente se está instalando en los museos (no solo de ciencia) son las relacionadas con el llamado historical reenactment (también denominado en ocasiones living history). Se trata de incorporar —con mayor o menor fortuna— personas caracterizadas de diferentes modos o épocas y que actúan como actores (a veces llamados animactores), desarrollando una especie de performance en el ámbito de la exposición o el museo de que se trate, empleando así recursos del lenguaje escénico y del teatro para presuntamente potenciar el efecto de la exposición. Aunque este tipo de iniciativas puedan tener un gran atractivo y puedan conservar ciertas concomitancias con la escenografía (recurso propio del lenguaje museográfico) debe tenerse en cuenta que se trata de recursos propios de otros lenguajes y que por ello no deberían ostentar un papel protagonista sino sólo auxiliar a la experiencia museográfica[10].

Los programas públicos: frecuentemente bajo del nombre genérico de programas públicos, la intención educativa del museo contemporáneo se articula sobre la base de amplios planes de actividades de divulgación científica o actividades socioculturales en general. Sin cuestionar en absoluto el interés de este tipo de iniciativas de divulgación científica auspiciadas por el museo, es también cierto que muy a menudo no son de base museográfica ni están articuladas como recursos propios de la exposición (incluso a veces no tienen apenas nada que ver con el museo, ni con su temática ni con el lenguaje museográfico) y en sentido estricto tampoco precisarían necesariamente ni tan solo de la existencia física de un museo para verificarse. Los museos de ciencia parecen ampliar así de facto sus horizontes y devienen más centros culturales que museos. Aunque esto pueda parecer un planteamiento ecléctico, moderno, abierto y refrescante, a la hora de la verdad puede tener el efecto de desenfocar y dispersar la función y misión social característicos del museo, máxime cuando los recursos de los museos no suelen ser abundantes.

Hoy en día los museos de ciencia contemporáneos se mueven en un entorno muy distinto al que vivieron en sus principios. Originalmente los museos eran de los pocos establecimientos dedicados a la divulgación y a la cultura científica que había en la sociedad, de modo que podían —y seguramente debían— dar cabida en sus salas a muy diversas iniciativas relacionadas con la divulgación científica en sentido general, aunque fueran procedentes de diversos lenguajes y no sólo del lenguaje museográfico. No obstante, en la actualidad la divulgación y la comunicación científica es ya toda una disciplina profesional de gran calado y diversidad (e incluso un sector no falto de cierta confusión organizativa) que se practica desde muy diversos ámbitos y con muy diversas intenciones y propósitos, más o menos explícitamente divulgativos: desde portales especializados en internet a departamentos de divulgación de diferentes universidades; desde la Semana de la Ciencia a las visitas guiadas a instalaciones de empresas industriales de vino, yogur o miel; desde la prensa, cine y TV a la amplia oferta de talleres y todo tipo de actividades y eventos de divulgación de ciencia ofrecidos por hospitales, bibliotecas, gardens e incluso restaurantes[11]. A esta relación se podrían añadir otros elementos tales como ciertos productos de juguetería de especial interés científico-divulgativo, o como la labor divulgativa que muchos maestros especialmente proactivos llevan a cabo en el ámbito escolar movilizando por su cuenta interesantísimos recursos de divulgación científica para uso en el aula. Incluso cabe considerar la potente industria del turismo, que en el marco del  llamado turismo activo o turismo experiencial y con mayor o menor rigor científico o divulgativo, ofrece ya desde birdwatching a buceo con atunes, por mencionar sólo dos cosas. Y todo ello por no hablar del potencial creciente de las agendas de actividades de divulgación científica de los numerosos centros cívicos y culturales de las ciudades, además de los clubs de ciencia, cafés y cervezas científico/as o también de los llamados Fab Labs[12].

Esta situación obliga de alguna manera al museo de ciencia a reforzar sus espacios propios e identificar con claridad su core business (competencia distintiva). En suma: a conseguir la excelencia en aquella forma propia de hacer divulgación científica que le caracteriza; en aquellos servicios nucleares relacionados con el lenguaje museográfico y su producto natural —la exposición— en los que radica la razón de existir de los museos, entendidos como establecimientos diferenciados dentro del enorme y diverso campo de la divulgación científica[13].

El museo de ciencia contemporáneo debería convertirse en un referente para otras entidades sociales que quieran utilizar recursos del lenguaje museográfico con distintos propósitos y en ello probablemente radica gran parte de su misión social. De hecho, muchos de los productos y servicios que ofrecen las actividades de los centros cívicos o de las semanas de la ciencia de las universidades —por poner sólo dos ejemplos ya mencionados anteriormente— a menudo se han visto en parte influidos por aspectos propios de la oferta de los museos de ciencia contemporáneos. Curiosamente, algunos museos de ciencia programan a su vez acciones más propias —o incluso tomadas— de las semanas de la ciencia o de los centros cívicos (siguiendo con estos dos ejemplos), en lugar de seguir investigando en museística sobre nuevos productos o servicios de base claramente museográfica que les permitan seguir influyendo socialmente, a fin de mantener así un papel de liderazgo en todas aquellas iniciativas sociales que puedan incorporar aspectos del lenguaje museográfico, como parecería lo ideal.

En bastantes ocasiones estos programas púbicos que no siempre son de base museográfica (y que en principio iban a ser complementarios al corpus principal expositivo del museo) se van abriendo hueco en los museos, seguramente debido a que estas actividades funcionan aparentemente bien a corto plazo: atraen público de proximidad, dinamizan la agenda del museo, provocan apariciones en los medios de comunicación y son de precio ajustado. El museo corre así el riesgo de acabar haciendo cierta dejación de sus funciones endémicas y convertirse en un espacio en el que las exposiciones ostentan un papel paradójicamente secundario y supeditado a todo tipo de actividades de divulgación no museográficas. A fin de justificar su programación, no pocas veces se argumenta que estas actividades, aun a pesar de tener poco o nada que ver con la experiencia museográfica, también están relacionadas con la divulgación científica. En este caso es preciso recordar lo antes comentado: la museología de ciencia puede entenderse como una parte dentro del sector de la divulgación científica; una parte que a priori ya tiene suficientes retos propios, y recursos lo bastante limitados como para probar a internarse alegremente en otros campos de la divulgación científica que, como sector diverso y maduro que es, ya tienen otro tipo de profesionales y medios a su disposición[15]. En otros casos se argumenta que este tipo de actividades sirven como señuelo para fomentar una aproximación indirecta de ciertos públicos o no-públicos a los activos endémicos del museo relacionados con la exposición como producto comunicativo propio de lenguaje museográfico, pero lo cierto es que rara vez se evalúa hasta qué punto se ha materializado en la práctica ese objetivo, de modo que la forma de explotación de este tipo de actividades no museográficas las suele aproximar más a fines que a medios[16].

De este modo, este tipo de actividades no museísticas pueden acabar pasando de ser productos auxiliares a constituirse como un servicio nuclear del museo, absorbiendo muchos recursos del mismo y complicando la búsqueda de la excelencia y la singularidad museística a largo plazo, que se vuelven objetivos tanto más complejos de conseguir cuantas más teclas se tocan y más alejados del cultivo del lenguaje museográfico se posicionan. El museo de ciencia contemporáneo puede acabar así reconvertido de forma no explícita en una especie de centro cultural[17], o incluso un centro cívico dedicado a albergar muy diversas actividades divulgativas, que pueden ser de gran interés pero que podrían encontrar otro tipo de espacios, medios y profesionales adecuadamente formados a su servicio, y que en muchos casos no precisarían de la creación y mantenimiento de todo un museo físico ad hoc para poder verificarse[18]. Por otra parte, estas actividades de base no museográfica que pueden superpoblar los museos tampoco se desarrollan siempre adecuadamente como tales con la suficiente profundidad conceptual, y en ocasiones se despachan en el museo con un cierto sentido de precipitación, de forma superficial, rápidamente pasajera y poco evaluadas en su impacto social.

Naturalmente todo lo anterior no pretende sugerir que los museos de ciencia deban encapsularse o negarse a considerar todo tipo de saludables enfoques mixtos, eclécticos o innovadores. Es evidente que es básico que el museo de ciencia contemporáneo sea dinámico y abierto a su comunidad y que estudie el empleo de recursos que, aun no siendo puramente museísticos, puedan suponer eficaces sinergias que amplíen su impacto social. Pero los recursos no son ilimitados en los museos y los retos pendientes del lenguaje museográfico son ya lo bastante numerosos como para no considerar la necesidad de abordar retos de otras disciplinas que ya tienen sus propios medios, espacios, profesionales y recursos a los que además el museo de ciencia siempre puede prestar su colaboración como partner. Para que los museos vean intensamente concentrado todo el potencial de su impacto social parece lógico que su natural dinamismo y fuerza innovadora se enfoque en su competencia distintiva, que no es otra que la de profundizar en el desarrollo de los recursos del lenguaje museográfico que le es propio, evitando una fragmentación del servicio social del museo que pueda tener el efecto de diluir su eficacia[19].

Es normal y deseable que los lenguajes evolucionen, pero también es cierto que los lenguajes se desarrollan mediante programas de investigación progresivos, serenos y bien encauzados, y rara vez improvisando apresuradamente con miras a conseguir efectos a corto plazo sobre la base de elementos de otros lenguajes, en el marco de un presunto mestizaje experimental que a veces oculta un enfoque adanista; una especie de todo vale para meter gente en el museo que aflora con facilidad cuando escasea la formación profesional adecuada y que entraña el riesgo de que se pueda dañar un aspecto clave de cualquier proyecto: su carácter diferencial propio. Esta dinámica en la actualidad no solo afecta al lenguaje museográfico sino también a otros lenguajes, en el seno de una sociedad que con frecuencia se rige por la búsqueda de resultados cuantitativos más que cualitativos, e inmediatos y vistosos más que detenidos y relevantes.

En cualquier caso este hecho no deja de ser muy sorprendente y llama a la urgente reflexión acerca de los objetivos básicos y propios de un museo de ciencia; nunca por ser excluyentes ni poco posibilistas o herméticos, sino siempre por ocupar los espacios exclusivos, propios y necesarios del museo de ciencia que lo definen como un lugar que ofrezca algo verdaderamente trascendente e insustituible en el marco de las sociedades orientadas a la eficiencia que serán propias del siglo XXI, asegurando así su relevancia social y, con ello, su permanencia.

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[1] Ciertos museos de ciencia pueden ubicarse en entornos geográficos en los que la inexistencia de entidades que desplieguen recursos no museográficos para la divulgación científica, tenga el efecto de promover que sea el museo de ciencia quien asuma el desarrollo de esos recursos divulgativos, aunque no sean museográficos. En estos casos el  museo de ciencia puede convertirse más bien en un «centro cultural» —o bien desempeñar de facto dos papeles sociales: museo y también centro cultural— de modo que, con el tiempo, el establecimiento puede acabar teniendo un propósito muy generalista. En estos casos vale la pena diferenciar bien cuáles de los recursos para la divulgación científica empleados en el museo son museográficos —pues tienen relación con el lenguaje museográfico— y cuáles no lo son, a fin de explorar los adecuados equilibrios y asegurarse explícitamente de que el museo no caiga en la paradoja de acabar perdiendo su carácter de establecimiento museístico. Se desarrollará con más detalle este particular a lo largo del presente capítulo.

[2] Paradójicamente y como se ha comentado en el primer capítulo, los museos de ciencia sin colección
(tipo science center), a pesar de que a priori pueden gozar de una mayor libertad de acción por no tener una colección que conservar, corren más riesgo de ver su continuidad cuestionada si no son capaces de demostrar un singularidad y una eficacia social perfectamente constatable.

[3] Esta reflexión podría remitir a otra apreciación que en ocasiones se señala en el sector educativo, en este caso en relación a los conceptos de patio y de aula. En diversos aspectos existe una separación conceptual entre estos dos entornos físicos del alumno, a pesar de que en realidad deberían mantener una plena interdependencia y conexión en el contexto de la experiencia escolar de un niño.

[4] En sentido estricto esta presunta escolarización de la experiencia museográfica tampoco es tal, ya que en estos casos se identifican los conceptos de educación o de docencia con un estilo concreto que es justamente el de la escuela más tradicional, la cual aún mantiene ciertas dinámicas históricas que precisarían de profunda revisión. Por ello y en sentido estricto, podríamos hablar de una pseudoescolarización de la experiencia museográfica.

[5] Cabe recordar aquí que la existencia de materiales didácticos auxiliares con un corte básicamente escolar no sólo es propia del entorno museístico. Ciertas películas tales como Troya (Warner Bros. Pictures, 2004) han sido el argumento para la edición de materiales didácticos muy completos para su uso en aulas escolares de distintos grados.

[6] … Que son imprescindibles y de gran valor educativo, aunque en los entornos y contextos del sector del tiempo libre juvenil que le son propios.

[7] Recuerda esta situación a la invención del automóvil. Los primeros automóviles eran carruajes de caballos en los que el tiro de animales se sustituía por un motor rudimentario. No obstante, el reto técnico del diseño de los automóviles contemporáneos se superó cuando los ingenieros comprendieron que la creación de un automóvil eficiente precisaba superar el concepto del carruaje y crear un vehículo nuevo a partir de una conceptualización diferente.

[8]La retransmisión radiofónica de un partido de fútbol también tiene unas raíces profundamente emocionales. La experiencia de seguir un partido de fútbol por la radio de la mano de la narración de un buen locutor, basa sus activos informativos en recursos comunicativos sobre todo emocionales, incluso antes que cognitivos.

[9] El hecho de que resulte imprescindible programar visitas guiadas para el pleno aprovechamiento de una exposición, podría ser un síntoma de que la exposición en cuestión presenta carencias o deficiencias desde el punto de vista museístico.

[10] Por otra parte, no siempre está claro hasta qué punto este tipo de teatralizaciones de la exposición o museo efectivamente potencian los activos de la experiencia museográfica (o al menos eso no es algo acerca de lo que existen demasiados estudios todavía).

[11] En algunas ciudades existen organizaciones expresamente dedicadas a agrupar y representar a la gran cantidad de instituciones y entidades ciudadanas de todo tipo que ofrecen actividades educativas para escolares, muchas de ellas de corte científico.

[12] En la ciudad de Barcelona han sido denominados Ateneos de fabricación.

[13] Quien mucho abarca poco aprieta, que reza el famoso refrán. O puestos a recurrir a dichos  tradicionales, zapatero a tus zapatos.

[15] Una cosa es el mundo del circo y otra la profesión de payaso.

[16] Las carencias de formación explícita en la disciplina museística contemporánea (complementando adecuadamente la formación de profesiones tales como un conservador, un científico, un comunicador, un diseñador o un pedagogo) acaso tienen el efecto de que los staffs desplacen sus enfoques de actuación profesional hacia actividades y disciplinas que conocen mejor, a pesar de que, paradójicamente, puedan ser redundantes con lo que ofrecen otro tipo de establecimientos y a pesar de que no siempre tengan que ver con el lenguaje museográfico.

[17] En los 90 todos los centros culturales querían ser museos. Hoy todos los museos quieren ser centros culturales (Bernd Scherer, director de la HKW berlinesa).

[18] Debe recordarse que una ciudad como Barcelona —por ejemplo— tiene en marcha más de cincuenta centros cívicos que funcionan con gran profesionalidad en la organización de actividades culturales de todo tipo, también relacionadas con la cultura científica.

[19] Cabe la posibilidad de acabar confundiendo eclecticismo con desenfoque, innovaciones con ocurrencias, diversificación con dispersión o abrirse con diluirse.